Hasta mediados del siglo XVII, el proceso de construcción de buques se desarrolló a partir de métodos empíricos. El carpintero naval trazaba la roda y procedía a la ejecución del casco según las indicaciones que se le habían dado; es decir, seguía un esquema adoptado por generaciones de constructores anteriores e imprimía al buque su característica marca personal, su firma.
La necesidad del proyecto naval
Con la intensificación de los viajes entre Europa y América, la construcción náutica pasó por un período de gran avance, dejando de depender únicamente de la experiencia y evaluación del carpintero. Así, se hizo necesario establecer unas normas comunes para la realización de buques que permitieran a los constructores navales hacer frente, con la rapidez necesaria, a la creciente demanda de embarcaciones.
Paralelamente, estos profesionales se fueron especializando; los buques de transporte, de hecho, fueron cada vez más grandes y alcanzaron una nueva capacidad de carga, lo que reducía los costes de transporte. Asimismo, desaparecieron los espacios que antes se destinaban a alojar un pesado armamento defensivo (y al personal correspondiente).
En consecuencia, fue necesario mejorar la construcción de buques de guerra que, en caso de necesidad, ofrecieran protección a la totalidad de la carga contra la piratería y contra las acciones de las naciones beligerantes que pretendían atacar el comercio rival.
Como respuesta a esta exigencia, el uso de un proyecto naval se difundió progresivamente; los primeros dibujos que indican las reglas sobre las dimensiones y forma del casco datan de la primera mitad del siglo XVII.
La imagen 5 es la reproducción de un diseño original inglés de 1664 y constituye uno de los proyectos navales transferidos a papel más antiguos que se conservan en la actualidad.
En este dibujo están representados el perfil longitudinal, la cuaderna maestra (la situada en el punto de manga máxima), así la posición exacta de cada cuaderna.
Imagen 5
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