Uno de los elementos más fascinantes de un gran velero de madera es el mascarón de proa. La figura, colocada en el extremo, queda fijada sólidamente en el vértice anterior del tajamar. Los orígenes de este componente se pierden en los tiempos más remotos de la historia naval. Numerosas representaciones de embarcaciones constatan, ya en la antigüedad, la presencia de decoraciones antropomórficas o zoomórficas, como enormes ojos pintados en cada uno de los lados de la proa.
En civilizaciones ajenas a las tradiciones grecorromanas o mediterráneas se encuentran costumbres similares; basta pensar en las esbeltas embarcaciones de los vikingos con cabezas de dragón, entre otros temas, como ornamento de sus proas. De hecho, el mascarón está ligado al mundo de la superstición, como señal de buen augurio. Se puede decir que representa la propia alma de la embarcación. Esta figura era un elemento específico de cada buque; no había normas al respecto y cada uno tenía su propia figura. Durante la época, era frecuente que se bautizaran los buques con nombres mitológicos o de personajes históricos, y que el mascarón de proa representara a la persona o dios elegido. Entre las fuentes de inspiración para la escultura destacaban la mitología y el Olimpo pagano, pero tampoco faltaban las figuras históricas, heráldicas, zoomórficas, fantásticas, épicas o literarias.
Los buques de mayor envergadura se decoraban con mascarones extremadamente elaborados, que podían encarnar una escena completa. Un bellísimo ejemplo es el buque inglés Royal William, cuyo mascarón de proa representa a Aquiles a caballo arrastrando el cuerpo de Héctor, muerto en combate frente a los muros de Troya.
En civilizaciones ajenas a las tradiciones grecorromanas o mediterráneas se encuentran costumbres similares; basta pensar en las esbeltas embarcaciones de los vikingos con cabezas de dragón, entre otros temas, como ornamento de sus proas. De hecho, el mascarón está ligado al mundo de la superstición, como señal de buen augurio. Se puede decir que representa la propia alma de la embarcación. Esta figura era un elemento específico de cada buque; no había normas al respecto y cada uno tenía su propia figura. Durante la época, era frecuente que se bautizaran los buques con nombres mitológicos o de personajes históricos, y que el mascarón de proa representara a la persona o dios elegido. Entre las fuentes de inspiración para la escultura destacaban la mitología y el Olimpo pagano, pero tampoco faltaban las figuras históricas, heráldicas, zoomórficas, fantásticas, épicas o literarias.
Los buques de mayor envergadura se decoraban con mascarones extremadamente elaborados, que podían encarnar una escena completa. Un bellísimo ejemplo es el buque inglés Royal William, cuyo mascarón de proa representa a Aquiles a caballo arrastrando el cuerpo de Héctor, muerto en combate frente a los muros de Troya.
IMAGEN 32
Realización y evolución
Los mascarones de los buques eran de madera y su elaboración se confiaba únicamente a talladores y escultores. Los carpinteros y otros obreros, por hábiles que fueran, no participaban en esta tarea.
Lo que se veía de la figura no era nunca la madera natural, puesto que a esta se le aplicaba un acabado con barnices de varios colores que, además de la función estética, también tenían la finalidad de proteger la figura de la sal y de los elementos atmosféricos. Los buques de más prestigio podían ser ornamentados con mascarones exclusivamente dorados, sin el uso de otros colores.
En este periodo, no se registran alteraciones significativas en el estilo de estos elementos, con excepción de los buques ingleses de primera línea: en la segunda mitad del siglo XVIII, los mascarones de proa clásicos fueron sustituidos por los blasones heráldicos de los soberanos. Se puede ver un ejemplo de este nuevo estilo en el célebre buque almirante Victory (ver Imagen 33, nº4). Curiosamente, la realización de los ornamentos de los buques barrocos del siglo XVIII no solo suponía un gasto desorbitado, sino que también hacía que los buques resultaran inútilmente pesados. Por este motivo, muchos comandantes no vacilaban en echar al mar las decoraciones cuando se encontraban en situaciones potencialmente peligrosas. Sin embargo, el mascarón de proa nunca era desechado debido a la gran importancia que tenía para el buque y para toda la tripulación.
IMAGEN 33
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